A fines de la década de los 60, la vicuña fue declarada en peligro de extinción por la UICN. Hoy en día, se encuentra en la categoría de Preocupación Menor. Sin embargo, la caza furtiva, la misma que diezmó a esta población años atrás, a vuelto a aparecer. Se calcula que 200 vicuñas han sido cazadas por los ilegales durante la pandemia.
“La vicuña es muy importante para mí y para todos los comuneros que vivimos en las zonas altoandinas del Perú. Para nosotros este recurso no es solo importante económicamente, lo es también culturalmente. Nuestros ancestros en la época incaica también aprovechaban este recurso”, dice César Rojas, comunero ayacuchano que lleva más de 27 años aprovechando la fibra de vicuña y que hoy narra sus vivencias sin poder salir de casa.
Cuenta que lo que más extraña es el viento helado de la puna, ese que le corta la piel violentamente mientras camina por los pastizales para monitorear las poblaciones de vicuñas junto a los guardaparques comunales. “La conservación de la vicuña —dice convencido— ha sido una tarea difícil y hasta ahora lo sigue siendo, pero tenemos que entender que para seguir aprovechando su fibra, la columna vertebral es la conservación”.
Al Perú le tomó más de cinco décadas lograr que la vicuña, el animal que representa la riqueza animal en el escudo nacional, vuelva a desplazarse sin temor por las praderas altoandinas que en el pasado fueron tomadas por cazadores furtivos. Un negocio ilegal que casi desaparece a una población que bordeaba los 2 millones de ejemplares y que en su peor momento dejó con suerte a 5 mil vicuñas con vida.
Desde entonces, las comunidades campesinas de Ayacucho se organizaron y aportaron sus conocimientos ancestrales para proteger a esta especie y aprovechar sosteniblemente su preciada fibra. Este esfuerzo se sumo al de guardaparques y conservacionistas que desplegaron una estrategia de conservación para conseguir que la población se recupere hasta alcanzar los 210 mil individuos.